14 de enero de 2024
Un siglo y medio de música coral
Por María Nagore Ferrer
Profesora Titular de Musicología, Universidad Complutense de Madrid
El 19 de marzo de 1865 se reunían en Pamplona, en el almacén de pianos de Conrado García (calle Cuesta del Palacio, 32), los once socios fundadores de la “sociedad coral titulada Orfeón Pamplonés”, como figura en el acta fundacional conservada en el Archivo del Orfeón. En esa reunión fue elegida la primera junta directiva, presidida por García, y se establecieron las bases de la sociedad, entre ellas la que determinaba la finalidad del Orfeón: “enseñar música gratuitamente a los artesanos que lo solicitaran” siempre que reunieran condiciones y tuvieran entre 16 y 40 años. Uno de los once socios fundadores era el músico Joaquín Maya, que se convirtió en el primer director del Orfeón.
Seguramente sorprenda hoy esa finalidad inicial del Orfeón, que más tarde se ampliaría. Lo cierto es que respondía al espíritu de la época: la iniciativa se encuadra en el marco de un movimiento coral europeo de carácter filantrópico y social que consideraba la música como un medio de progreso y formación de la clase trabajadora, en la misma línea de los coros de Clavé creados en Cataluña en la década anterior. Unos años más tarde, en una serie de artículos dedicados al Orfeón Pamplonés en el periódico La Unión Vasco-Navarra, José Colá y Goiti resaltaba precisamente este carácter social en un texto muy propio de la época: “Asisten a los ensayos trescientos obreros a recibir instrucciones varias y en particular musical, dos horas después de sus trabajos cotidianos, apartándose de este modo del café, el garito y la taberna, ocasión y foco de vicio, corrupción e inmoralidad, y sima sin fondo, donde quedan los ahorros del obrero, el pan de sus hijos”.
La acogida por parte de la sociedad pamplonesa a esta nueva agrupación musical, que se sumaba a la Escuela Municipal de Música creada siete años antes –institución pionera en España, precedente del actual Conservatorio–, fue entusiasta, como muestran los datos: en su primer año, el Orfeón contaba con 125 alumnos. Entre ellos figuraba un joven roncalés que trabajaba en una fundición, Sebastián (más tarde Julián) Gayarre, cuya prodigiosa voz logró proyección internacional gracias al Orfeón: fueron las gestiones de su segundo presidente Jacinto Campión y del músico navarro Hilarión Eslava, socio honorario del Orfeón, las que posibilitaron que pudiera ir a formarse a Madrid como cantante.
Como todas las instituciones musicales españolas creadas en los años sesenta del siglo XIX, el Orfeón también sufrió las consecuencias de la crisis económica, social y política que atravesó España entre 1866 y 1876 (crisis financiera y de subsistencia de 1866-68, Revolución del 68, Sexenio revolucionario, Guerra Carlista…). En una ciudad pequeña con un importante peso de la población rural y predominio de la clase media baja, mantener una agrupación formada por artesanos en esos años convulsos era una tarea casi heroica, por lo que, a pesar de los esfuerzos, el Orfeón cesó sus actividades en enero de 1873. Sin embargo, sus antiguos socios siguieron actuando de manera esporádica en diversos actos, entre ellos en el concierto que dio Sarasate en Pamplona en julio de 1876, en el que actuaron “los coros procedentes del Orfeón”, y en uno de los primeros conciertos de la orquesta Santa Cecilia, hoy Orquesta Sinfónica de Navarra, creada en 1879, en el que tomaron parte “los restos del antiguo Orfeón”.
En noviembre de 1881 el Orfeón se reorganizó con el nombre de Ateneo Orfeón Pamplonés. Al frente de la sociedad continuó el presidente de la etapa anterior, Jacinto Campión, y como director fue nombrado un joven y prometedor músico, Fidel Maya, hijo del anterior director. En cuanto se enteró de la noticia, Gayarre se apresuró a escribir a Campión ofreciéndole una importante suma de dinero y manifestándole: “inútil es que yo diga a Vd. lo mucho que me alegro de la formación del Orfeón y de que mi antiguo protector y siempre amigo sea su presidente, a quien conservo todo el cariño y agradecimiento de los tiempos en que se creó el primer Orfeón, y crea Vd. que no le olvidaré jamás”. Una de las primeras decisiones tomadas por la junta fue la de unirse con la Sociedad Santa Cecilia para dar conjuntamente los conciertos matinales de San Fermín de 1882. Ese año los tradicionales conciertos fueron excepcionales por el gran número de músicos navarros relevantes que acudieron a Pamplona para tomar parte en ellos: Sarasate, Gayarre, Arrieta, Guelbenzu, Zabalza y Larregla, toda una nómina de celebridades que haría escribir a Pérez Galdós: “todos los músicos españoles son navarros”. Las características del Orfeón en esta segunda etapa eran similares a las del anterior, aunque con una oferta formativa más amplia, propia de su condición de Ateneo: estaba concebido como una sociedad recreativa e instructiva destinada a artesanos y obreros, en la que estos recibían no solo clases de música, sino también de otras materias, y donde se organizaban veladas literarias y musicales. Sin embargo, los tiempos habían cambiado. En los años ochenta las sociedades corales se diversifican y comienzan a tener una finalidad más artística. Los socios dejan de asistir a las clases diarias y solicitan que la sociedad sea simplemente Orfeón; como consecuencia, en diciembre de 1885 se suspende el Ateneo, disolviéndose en 1887.
Pero el Orfeón vuelve nuevamente a resurgir de sus cenizas: en agosto de 1890 Fidel Maya, junto con algunos miembros de la directiva anterior y otros nuevos, preside la reorganización de la sociedad, que recupera su antiguo nombre de Orfeón Pamplonés y recomienza sus actividades. En 1891 Fidel Maya se traslada a Gijón y propone a Remigio Múgica como nuevo director. Múgica conducirá al Orfeón a su etapa, si no más gloriosa, sí más laureada, introduciéndolo en la vía de los concursos orfeonísticos, de moda en esos años. El primer premio obtenido por el Orfeón Pamplonés en el Concurso Internacional de Orfeones celebrado en Bilbao en agosto de 1892 será el espaldarazo definitivo a una institución que en esos momentos detentaba el papel de representación simbólica de la ciudad. El nuevo estandarte, en el que estaban bordados los escudos de Pamplona y Navarra, era representativo de esta nueva orientación a la que el Orfeón respondió obteniendo repetidos triunfos en los años siguientes.
Como era habitual en esa época, el Orfeón estaba constituido únicamente por voces graves, aunque recurría a un coro femenino en ocasiones especiales. Esto cambiará en 1903, año en el que se constituye el coro mixto, lo que hace que mejore sensiblemente la calidad del repertorio. Basta observar los programas de los conciertos ofrecidos por el Orfeón en el primer tercio del siglo XX para constatar la transformación de la agrupación: de ser un coro masculino más, especializado en un repertorio de concurso de calidad a veces mediocre, pasa a ser un gran coro mixto que contribuye a la difusión de obras corales y sinfónico-corales de calidad. Cuando en agosto de 1928 el Orfeón da dos conciertos junto con la Orquesta Sinfónica de Bilbao y el Cuarteto vocal de Hamburgo interpretando la Misa Solemne de Beethoven, además de otras obras polifónicas y coros populares, la crítica afirma: “los orfeonistas navarros ejecutan todo el género polifónico, tanto profano como religioso, habiéndose distinguido en el género sinfónico, dejándose acompañar por las mejores orquestas y bandas de España”.
La historia posterior del Orfeón, hasta la actualidad, aún perdura en la memoria colectiva de los pamploneses. A pesar de los avatares políticos, y con períodos de dificultad y de bonanza propios de cualquier institución, el Orfeón se ha consolidado en las últimas décadas como un coro de referencia en España, ampliando su proyección internacional y renovándose continuamente. De la mano de sus sucesivos directores –tras Remigio Múgica han dirigido la formación Martín Lipúzcoa, Juan Eraso, Pedro Pírfano, Carmelo Llorente, José Antonio Huarte, Juan Carlos Múgica, Koldo Pastor, Pascual Aldave, Alfonso Huarte y actualmente Igor Ijurra– muchas generaciones de orfeonistas han contribuido a dar prestigio a la ciudad de Pamplona por medio de una de las actividades artísticas más enriquecedoras: el canto coral. Muchas gracias a todos.